OTRO ARQUITECTO

Eduardo Cadaval

¿Cómo construir la arquitectura que necesitamos?.

A lo largo de la historia , los oficios y posteriormente las profesiones, se han tenido que ir transformando para adaptarse a las necesidades de su época. Esto es algo que ha pasado a lo largo del tiempo y que sin duda seguirá pasando, pero pareciera, a juzgar por la velocidad vertiginosa con la que se mueve la sociedad contemporánea, que en la actualidad podemos estar ante un punto de inflexión o al menos un momento especial en donde los cambios se suceden con una mucho mayor velocidad de la que estábamos acostumbrados. En tiempos recientes hemos visto cómo algunas de las profesiones que nos han acompañado a lo largo de los siglos recientes han desaparecido y como han surgido muchas nuevas, algunas de ellas tan recientes que apenas hace 10 años no las hubiéramos imaginado. Los cambios sociales, los enormes avances tecnológicos y la velocidad con la que la sociedad los asimila han transformado en un abrir y cerrar de ojos lo que hasta ahora nos era cotidiano.

Ante este escenario, resulta pertinente preguntarse: ¿Qué pasa con la Arquitectura? ¿cómo ha evolucionado? ¿ cómo podemos transformar nuestra profesión para evitar que esta se vuelva caduca? Da la impresión de que la arquitectura como disciplina ha permanecido algo inmóvil ante muchos de los cambios recientes, quizá sobrepasada por las circunstancias y pretendiendo que las cosas se pueden seguir haciendo como antes, que nada ha cambiado; pero todas las señales parecen indicar exactamente en la dirección contraria. «Transformarse o morir» parece ser la premisa que pesa sobre nuestra disciplina. Se podrá pensar que en realidad no estamos ante una situación crítica, que la arquitectura ha existido y que seguirá existiendo, incluso se puede argumentar que son estadios temporales o modas pasajeras -una más, dirán algunos-, pero esto no va a resolver un problema que la evidencia demuestra que existe y al que valdría la pena atajar base.

Al mismo tiempo, valdría la pena evitar caer en la postura fatalista que asume que los arquitectos ya no servimos para nada; esta actitud no sólo no resuelve ninguna cosa, sino que también en el fondo contiene una gran dosis de soberbia y de nostalgia por un pasado imaginario en el que el arquitecto era algún personaje de moral superior capaz de resolver todos los problemas sociales. Esto no sólo nunca ha sido así, sino que el trabajo de mucha gente demuestra que siempre hemos sido, y sabido ser, parte de un engranaje más complejo que en la gran mayoría de los casos siempre ha velado por los intereses más genuinos de la sociedad. De cualquier forma, resulta indispensable asumir que hay aspectos de nuestra profesión completamente caducos y que en muchos aspectos o nos reinventamos o finalmente conseguiremos volveremos irrelevantes.

Sin irse a ninguno de los extremos, la arquitectura, a diferencia de muchas otras profesiones, parece seguir siendo necesaria y es justo por esta razón que es de vital importancia realizar los ajustes disciplinares que le permitan seguir sirviendo a una sociedad de la que se ha alejado. Las respuestas a la situación actual no parecen estar sólo en atender a los avances tecnológicos más recientes sino más bien en comprender los cambios sociales, culturales y económicos para así poder acortar la distancia con las necesidades apremiantes de la sociedad actual. Los arquitectos nos quejamos de nuestro aislamiento, pero un ejercicio de autocrítica nos permitirá ver que en gran medida hemos sido nosotros los que nos hemos alejado de los temas importantes. Al dejar estos espacios, otras profesiones que abordan las problemáticas desde otras visiones, los han ocupado, en parte debido a que la arquitectura ha estado mas obsesionada consigo misma, que con lo que podía hacer por el resto de la sociedad. Acortar estas distancias no solo es indispensable, sino que seguramente es el mejor camino para actualizar nuestro quehacer y para seguir siendo útiles.

Extender los límites de la profesión.

Lo que este texto quisiera realmente destacar es que ante la situación actual la arquitectura tiene la enorme oportunidad de ampliar su rango de influencia, de recuperar los espacios perdidos. Los arquitectos somos más útiles cuando ocupamos un rango más amplio de nuestro espectro profesional. Ser arquitecto «de los que hacen casas o edificios » es sólo una forma de las múltiples que existen. La sociedad y la arquitectura misma necesitan otro tipo de arquitectos, necesitan más arquitectos-urbanistas, más arquitectos-políticos, más arquitectos-servidores públicos, más arquitectos-editores, curadores, académicos, críticos, teóricos, gestores urbanos, etc., etc.

Si analizamos el estado actual de la profesión podremos entender que la sociedad está demandando otro tipo de arquitecto. Y si esto es así, ¿porqué las escuelas de arquitectura no han sabido responder?, ¿porqué no han flexibilizado su sistema de enseñanza?, ¿porqué seguir produciendo sólo un tipo de arquitecto?

El panorama académico actual está lleno de planes de estudios miopes que privilegian sólo un tipo de profesionista. Las escuelas de arquitectura -en muchos casos guiadas por una estrategia comercial y de modelo de negocio- están cada día más obsesionadas con la figura del arquitecto proyectista. Es justamente en estas escuelas donde desde los primeros años de formación tanto profesores como alumnos comienzan a acuñar la nefasta clasificación de que tal o cual estudiante puede ser «un buen arquitecto». Esta clasificación, que luego acompaña a la profesión en su desarrollo, sólo se refiere a aquel estudiante que pueda tener posibilidad de ser buen proyectista, un buen diseñador, al que tenga tan sólo una habilidad compositiva o de crear buenos edificios. Las implicaciones de dicha afirmación son más profundas de las aparentes y reflejan unas aspiraciones profesiones simplistas y peligrosas. ¿tan poco somos?¿tan limitadas son nuestras expectativas sobre lo que podemos hacer y aportar?

El hecho de que en las escuelas se prime la formación de sólo un tipo de arquitecto, lastra y marca el desarrollo de la profesión; pero esto no significa ni mucho menos que sólo exista este tipo de figura en el panorama profesional. Hay muchos arquitectos que han tomado otros caminos , que han explorado otras alternativas y que han generado grandes aportaciones y ampliado nuestro rango de influencia. Estos nuevos caminos y formas de hacer arquitectura se han probado tan trascendentes que valdría la pena preguntarse ¿por qué no fomentarlos desde los primeros ciclos de formación?. En la gran mayoría de los casos aquellos profesionistas que han encontrado nuevas rutas lo han hecho en mayor o menor medida siguiendo intuiciones vocacionales o en búsqueda de nuevas oportunidades laborales en tiempos difíciles.

Este texto no pretende menospreciar todos los aspectos de la enseñanza de la arquitectura, esta formación aún es capaz de dotar al estudiante y futuro arquitecto de una estructura mental y un conjunto de conocimientos muy particulares y que ningún otra profesión ofrece; estos conocimientos permiten abordar problemas desde una óptica muy particular que en muchas situaciones resulta muy útil. El arquitecto es un tipo de guerrillero que con sus armas es capaz de pelear en muchas batallas en las que siempre aporta algo que nadie más puede aportar. Por lo tanto quizá lo que valdría la pena reflexionar es ¿qué pasaría si se fomentara una formación más abierta desde los primeros años en las escuelas? ¿Cuántas nuevas oportunidades generaría?

Arquitectos-urbanistas y Arquitectos-políticos ayudaron transformar ciudades como Medellín, Bogotá o Barcelona; profesionales que desde el servicio público o a través de su trabajo en despachos particulares se incorporaron a equipos interdisciplinares más amplios para recuperar sectores enteros de su ciudad, para convertir lo que era caos en orden, para recuperar espacios públicos y proyectar nuevos parques y espacios comunitarios. Trabajando sin protagonismos dentro de un engranaje mayor a favor de los más pobres, rescatando barrios y generando los planes que permitieran construir nuevas bibliotecas, nuevos centros cívicos y guarderías ahí donde está la gente menos privilegiada. Arquitectos que dedicaron muchos años de su vida profesional para que su ciudad tuviese una ciclovía, arquitectos que salieron del corsé de la profesión y que ampliaron el espectro de su influencia mejorando la vida de millones de sus conciudadanos y cambiando la dinámica y fisonomía de las ciudades que habitaban.

Jaime Lerner, arquitecto de formación, dedicó parte de su vida a la política hasta convertirse en el alcalde de Curitiba. Ahí, como parte de una estrategia para evitar la complicada y costosa construcción de líneas del metro, inventó la » Rede Integrada de Transporte «. Este sistema a la postre se implementaría en otras ciudades del mundo. Desde el Transmilenio en Bogotá hasta el Metrobus en la ciudad de México son deudores directos de la estrategia planteada por Lerner; un político que pensado como arquitecto creó este novedosos sistema que se a convertido en una de las grandes alternativas para la actualización del transporte público de muchas metrópolis.

En otro ámbito completamente distinto Sigfried Giedion, Reyner Banham o más recientemente William Curtis, Kenneth Frampton e Ignasi Solà-Morales entre otros, han provocado grandes cambios disciplinares a través del estudio de la historia y la investigación teórica de la arquitectura. «La mecanización toma el mando» o «Teoría y Diseño En La Primera Era De La Máquina» entre otros de los libros y ensayos de estos autores han sido tan influyentes como los edificios más trascendentes de nuestra historia reciente. Sin su trabajo no hubiésemos sido capaces de ver y entender muchas de las cosas que ahora facilitan nuestro quehacer y por las cuales lo hemos podido llevar hacia nuevas fronteras. La mayoría de estos autores han desarrollado sus investigaciones desde el ámbito académico, difundiendo su conocimiento a través de este entorno que les ha facilitado el espacio necesario para realizar su trabajo y dar resonancia a sus propuestas.

Las universidades por otro lado siempre han formado parte integral del ámbito disciplinar. Son muchos los arquitectos que compaginan su práctica profesional con la labor docente. Este binomio ha sido una constante a lo largo de la historia, desde las escuelas clásicas hasta la Bauhaus y las universidades actuales; los ejemplos de Arquitectos-Profesores se suceden. Las enseñanzas de Alejandro de la Sota en la Escuela de Arquitectura de Madrid, marcaron tanto la arquitectura española como sus excelentes edificios. Walter Gropius, Hannes Meyer y Ludwig Mies van der Rohe fueron directores de la Bauhaus. Posteriormente Gropius y Jose Luís Sert fueron decanos de la universidad de Harvard y Mies del IIT. En la actualidad cientos de jóvenes y consolidados profesionales retroalimentan su práctica profesional con su labor docente.

Son muchos otros los arquitectos que han optado por ser profesores o investigadores de tiempo completo. Esta es otra forma de ejercer la arquitectura tan válida como las demás. Mark Wigley actual director de la escuela de arquitectura de la Universidad de Columbia en Nueva York nunca ha construido un edificio y su influencia y la de la escuela que dirige es mundial e incuestionable. Relativo también a la enseñanza de la arquitectura parece pertinente mencionar que el precepto que sugiere que para ser buen profesor de arquitectura hay que tener una práctica profesional activa o ser buen arquitecto-proyectista en realidad no sólo es falsa sino que distorsiona los aspectos más íntimos del la formación académica. De mi experiencia como estudiante puedo constatar que varios de mis mejores maestros eran profesores de tiempo completo que se dedicaban en exclusiva a la investigación y la enseñanza, y por tanto, no tenían un despacho profesional activo. Su pasión, su experiencia pedagógica y los métodos que utilizaban eran mucho más efectivos que los de varios arquitectos de renombre que también me dieron clases y que en algunos casos apenas tenían tiempo para atender a sus alumnos. No pretendo sugerir que todo arquitecto con una práctica profesional exitosa sea por definición un mal docente; sólo afirmo que ser un buen proyectista no convierte a nadie automáticamente en un buen pedagogo, y por otro lado, que alguien que no tenga una práctica profesional activa puede ser un excelente maestro capaz de influir en el desarrollo profesional de miles de estudiantes y por lo tanto también en el futuro la arquitectura.

Hay muchos otros ámbitos en los que la profesión tiene influencia pero en los que también podría fortalecer su presencia. Desde la restauración y la protección del patrimonio hasta la investigación antropológica y urbana. Son también diversos los ejemplos de arquitectos involucrados en el mundo editorial, en la curaduría o la difusión de la cultura arquitectónica. Desde Gio Ponti fundador de la legendaria revista Domus, hasta arquitectos recién graduados que han creado algunos de los blogs más influyentes y visitados de la red. Todos sabemos que el conocimiento sólo es tal si puede transmitirse y por lo tanto el trabajo de muchos arquitectos dentro del mundo editorial y de difusión cultural no sólo es indispensable sino que debe hacernos reflexionar sobre el hecho de que si no sabemos explicar nuestro trabajo al resto de la sociedad, no debemos extrañarnos de que ésta no nos comprenda. Por lo tanto, parece primordial no subestimar el enorme impacto del trabajo de editores, curadores y críticos para fortalecer nuestro oficio. Los hay que son arquitectos de formación y los que desde otras profesiones han prestado una ayuda inestimable para fortalecer la arquitectura. Su trabajo es tan indispensable como el de el mejor de los proyectistas o constructor, recordemos que a fin de cuentas las ideas no sirven de nada si estas no se pueden expresar.

Si la Arquitectura es la respuesta, ¿Cuál es la pregunta?

Parafraseando a Jorge Wagensberg, parece pertinente preguntarse otra vez ¿para qué sirve la arquitectura hoy? y a ¿que llamamos «arquitecto» en la actualidad? Son múltiples las formas de hacer arquitectura, en los párrafos anteriores se esbozaron tan solo algunos ejemplos pero quizá lo más importante es comprender que es imperativo ampliar el rango de influencia de la profesión, recuperar los espacios que solíamos ocupar y llenar algunos nuevos e inventar otros.

¿Qué sería de Medellín o Barcelona sin el grupo de ciudadanos y profesionales que se volcó en tan grandes esfuerzos de transformación urbana? ¿Qué sería de la historia y la crítica de la arquitectura sin figuras como Reyner Banham o Sigfried Giedion? Si este tipo de arquitectos son tan importantes para la disciplina ¿por qué no formamos más de este tipo de figuras en nuestras escuelas? ¿porque tienen que ser excepciones vocaciones en lugar de generaciones continuas formadas bajo una mayor flexibilidad? Deberíamos fomentar un sistema que permita el relevo generacional y convertir los esfuerzos puntuales en una estrategia continuada y de largo plazo. A menos que las escuelas de arquitectura quieran seguir formando futuros desempleados, tendrán no sólo que prever estas nuevas fórmulas sino que fomentarlas. A fin de cuentas la figura del arquitecto es atractiva cuando incluye un rango amplio de su ámbito de influencia, ya sea como proyectista o como político, como planeador urbano o paisajista, crítico o gestor cultural. Todos somos igual de imprescindibles y es en conjunto que le damos sentido a lo que hacemos.