¡ES LA DENSIDAD, ESTÚPIDO!
Eduardo Cadaval
En mi anterior texto “La iave de la ciudad” escribí sobre la errónea apuesta por las llamadas “autopistas urbanas” que han realizado, en los últimos años, tanto el gobierno del Distrito Federal como el del Estado de México. Algunos amigos me preguntaron si éstas no eran una solución, ¿qué podía serlo?
Sin hablar en específico sobre la problemática de la zona metropolitana del valle de México, la respuesta es muy simple: los problemas de movilidad de las grandes metrópolis -distintos que los de las ciudades medias- no se solucionan ni con autopistas urbanas ni con artilugios circulatorios (glorietas, puentes, pasos a desnivel, etc.); de hecho, ni siquiera un robusto sistema de transporte público puede resolver por si solo el problema. La solución de fondo simplemente está en otra parte: en el adecuado balance de la densidad poblacional de los distintos sectores de la ciudad.
La ciudad de escala metropolitana es a fin de cuentas un fenómeno reciente. La vertiginosa velocidad con la que se expandieron las ciudades en los últimos 30 o 40 años tomó por sorpresa a los entes encargados de gestionarlas; fue un fenómeno de tal magnitud y velocidad que es apenas ahora cuando se comienza a reaccionar para ajustar los excesos, mitigar los fallos o planear las posibles evoluciones.
El crecimiento de las ciudades se configura a través de muchas variables, una de ellas son las reglas que rigen su expansión y ordenación. Pensar que las ciudades son simplemente caos -como algunos arquitectos aun les encanta decir- es, cuando menos, impreciso. Las ciudades son complejidad y la complejidad puede gestionarse sin que las ciudades pierdan su riqueza. ¿Por qué Nueva York es Nueva York? No es sólo porque tenga distintos barrios, edificios altos o una condición geográfica específica; lo es también porque tiene una estructura y una serie de reglas que promueven y rigen el crecimiento y las dinámicas de la ciudad. Estas regulaciones abarcan desde específicas normas que articulan la densidad de sus manzanas, hasta estrictas restricciones en la construcción de estacionamientos y la prohibición de la existencia de grandes superficies comerciales en planta baja. La riqueza urbanística no viene dada sólo por generación espontánea.
La regulación que quizá es más trascendente en el desarrollo urbano actual es aquella que regula la densidad poblacional. ¿Qué es la densidad de población? Muy sencillo: la densidad es el número de personas que habitan un cierto sector de la ciudad. Se calcula de forma muy simple dividiendo el número de habitantes por hectárea, o por cualquier unidad de superficie que se desee. Este número es comúnmente regulado a través de leyes locales y otros mecanismos, afectando al plano de usos de suelo de las ciudades, y termina por definir la cantidad de metros cuadrados que se pueden construir en un terreno en concreto, el tamaño de la unidad mínima y, por ende, la cantidad de gente que puede habitar ese terreno y dicho sector de la ciudad.
Siendo un mecanismo sumamente sencillo, el uso estratégico de la densidad poblacional puede ser un instrumento urbanístico de gran utilidad para resolver muchos de los problemas actuales de las grandes metrópolis. Uno abre la llave de la densidad y las cosas comienzan a cambiar -no sin dificultades- por completo.
En el fondo redensificar estratégicamente una ciudad es permitir (y fomentar) que más gente viva próxima a zonas estratégicas de la ciudad, tanto para promover su desarrollo como para amortizar sus equipamientos o infraestructuras; zonas donde es mas fácil dotar a sus ciudadanos de los servicios que requieren. Si se acerca a la gente a sus lugares de trabajo o estudio, y se acortan las distancias de traslado, se aligeran las redes de movilidad y los sistemas de transporte público. Se eficienta la ciudad, aumentando no solo su productividad sino también su calidad de vida.
Redensificar no significa necesariamente crecer en altura, como comprobó hace ya muchos años Sir Leslie Martin en sus estudios en la Universidad de Cambridge. Un barrio puede cambiar su densidad poblacional sin modificar significativamente su aspecto físico. Esto ya ha sucedido en muchas partes del mundo donde se han intervenido sectores urbanos de valor histórico sin hacer grandes modificaciones a sus edificaciones. Bastó con que la norma aumentará el número de habitantes que podían usar o vivir en las antiguas casonas, y un par de muros y algunas puertas hicieron el resto.
En México, como en varias otras ciudades de Latinoamérica, aún existen muchas zonas de la ciudad que a pesar de contar con todos los servicios e infraestructuras, de forma inverosímil sólo permiten la construcción de viviendas unifamiliares tipo “ciudad jardín”. Estamos hablando de zonas privilegiadas de la ciudad que tan sólo pueden disfrutar unos pocos; es la ejemplificación física de la desigualdad social que impera en el país y la región.
Actualmente hay mucha gente en la ZMVM que utiliza entre 4 y 6 horas de su día para trasladarse desde su vivienda a su lugar de trabajo; en paralelo, existen muchas otras viviendas de interés social abandonadas porque los tiempos y costos de traslado que implicaba el vivir en ellas eran inasumibles para sus habitantes. Y por otro lado, la cotidianidad de la ciudad ha alcanzado unos niveles inusuales de incomodidad e improductividad. Parece incuestionable que ha llegado el momento de comenzar a asimilar que no hay muchas más salidas más que buscar una ciudad más densa y compacta.
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