Las premisas del proyecto eran claras: 4 salas pocos aptas para la obra a exhibir , mucho material gráfico, y la petición expresa de la artista de dar carácter a la exposición. Finalmente el requisito por parte del museo de realizar el montaje en madera, puesto que la Casa de la Moneda cuenta con un taller propio de carpintería. Además de la obra de pequeño formato, la exposición incluía algunas piezas de escala media y unas pocas obras de gran envergadura y carácter. La apuesta proyectual nace de la distinción de estas tres escalas, y la reflexión de que cada escala necesita su propio espacio; a dicha afirmación, se agrega la necesidad de duplicar en tanto que posible la superficie expositiva debido a la gran cantidad de obra a exponer.
Nacen así unos cuerpos autónomos, que acogen al observador propiciando una relación mas íntima con la obra de pequeño formato. Son cajones suspendidos, que refuerzan a través de su forma la linealidad del recorrido del visitante; están acabados en color blanco en su interior para otorgar un fondo neutro a la obra pictórica y en negro en el exterior para fortalecer su apariencia y continuidad. Dichos cuerpos, voluntariamente abstractos, se suspenden de una estructura de madera muy regular que les da escala y ritmo. Desde el interior de estos cuerpos, la relación con el resto de la sala se neutraliza; en el exterior estas cajas flotantes esconden parcialmente las siluetas de los visitantes que las ocupan y crean inesperadas relaciones entre el observador, la pieza y el soporte expositivo.
Así cada una de las 4 salas contiene un cierto número de piezas de gran formato que convive con un único artilugio negro que flota en el mismo recinto, y que se coloca lateralmente en el espacio para que dichas obras puedan ser admiradas sin contagiarse de la diversidad de estilos, colores o tamaños de las obras más pequeñas. El carácter abstracto de cada uno de estos cuerpos, no significa que estos aparatos no sean simpatéticos con el lugar donde se sitúan. Su forma, su acceso a y sus proporciones responden a las condicionantes de cada uno de los espacios; en una primera sala se sitúa un cajón muy bajo para albergar la visión de unas obras en formato de vídeo; a continuación, y alineado con el acceso a la segunda sala, un tubo extremadamente largo, que en resonancia con la propuesta curatorial permite albergar todas las piezas pertenecientes a una temática creativa especifica; en la tercera sala, la intersección de dos tubo lineales dislocados, genera una pequeña plaza interior que alberga una colección en todas sus caras; finalmente en la cuarta sala es el propio artilugio que conduce al visitante hasta la salida. Los recorridos dentro de la exposición son aleatorios y no hay un orden relevante más que el marcado por la sucesión de salas, y la linealidad forzada de los elementos expositivos propuestos.
Finalmente, es importante remarcar la simplicidad buscada en la construcción y apariencia del soporte expositivo. El diseño y montaje de los artilugios expone la estructura, la tornillería usada, y hasta la iluminación prácticamente industrial de un fluorescente central en cada cuerpo. A pesar de su simplicidad, dichos artilugios consiguen habitar el espacio y dotarlo de escala y estructura. De esta manera, cuando la exposición es visitada en masa por escolares, la arquitectura obliga a un cierto orden y criterio para visualizar las piezas. Por el otro lado, cuando uno visita la exposición en solitud, que es lo habitual en este lugar fuera de horario de visitas escolares, el espacio no aparece desolador, sino que uno se siente de alguna manera acompañado y envuelto por la magia del trabajo de Susana Solano.