CONCURSOS PÚBLICOS

Eduardo Cadaval

Con anterioridad  escribí sobre la necesidad de democratizar el proceso por el cual se gestan y asignan  los proyectos públicos. En aquel texto no utilicé una sola vez la palabra concurso. No lo hice, porque creo que es un término comúnmente mal utilizado y que simplifica una problemática de mucho mayor complejidad.

Los concursos per se no son más que meros trámites administrativos: el mecanismo mediante el cual se resuelven intereses en conflicto al tiempo que se aprovecha para obtener un beneficio de dicha coyuntura. Esta práctica es utilizada en muchos ámbitos profesionales tanto públicos como privados donde las licitaciones forman parte de la cotidianidad  y a través de las cuales se discriminan propuestas económicas o alternativas técnicas, pero también se seleccionan proveedores o se desincentivan posibles actos de corrupción.

Los concursos son también la herramienta con la cual las sociedades democráticas gestionan el acceso a las  oportunidades ofrecidas por el Estado: desde un una plaza universitaria a través de un examen de admisión hasta el contrato para la construcción de una autopista.  Los procesos  concursales no sólo tienen como fin buscar la opción más idónea, son también una de las pocas formas que se tienen para asignar  bienes escasos  pagados con dinero público a quien tenga más méritos para obtenerlos.

En el caso de los concursos de arquitectura la problemática es quizá un poco más compleja pero el principio es el mismo; no son más que un instrumento y su verdadero potencial está en cómo dicho mecanismo es utilizado. En el caso de México partimos prácticamente desde cero. La cultura de los concursos es nula y la mayoría de los que se han realizado han sido un verdadero desastre. En un aleccionador texto publicado en  proyectopublico.org, Antonio Gallardo nos advierte de las diversas repercusiones por la falta de un marco regulatorio adecuado y, nos explica asimismo las enormes complicaciones que existen para construirlo.

Parece indispensable asimilar de cualquier forma que el esfuerzo por crear este marco normativo no servirá de mucho si no logramos construir una mayor cultura democrática y de rendición de cuentas que genere  que estos procesos se realicen de forma regulada y transparente. Son muchos los políticos y servidores públicos que rehúsan hacer concursos argumentando que siempre «se arma un desmadre», «que los arquitectos nos quejamos de todo» y que es preferible optar por la eficacia y la discreción de asignaciones directas. No parece que nada de esto vaya a cambiar hasta que «el desmadre» se  «arme» realmente cuando estos agentes opten por no organizar concursos, es decir, hasta que sea menos problemático hacer un concurso que no hacerlo.

Como gremio, es nuestra responsabilidad cívica trabajar para forzar este cambio, de lo contrario, nadie va a hacerlo.  Los arquitectos de este país se han acostumbrado a ser extorsionados cada vez que quieren hacer su trabajo. En este contexto no sorprende la nula exigencia para que las cosas se hagan de otra manera. Pareciera que nos hemos acostumbrado a los malos tratosEl hecho de que no se organice un escándalo cada vez que una asignación directa sucede no sólo nos retrata como país es también una radiografía del poco compromiso cívico del gremio. Somos los arquitectos los que conocemos de forma más cercana  esta problemática, por lo tanto, como profesionales y como ciudadanos es nuestro deber denunciarla e intentar cambiar las cosas. ¿Qué piensan los estudiantes y jóvenes arquitectos de todos estos abusos? ¿Por qué no exigen mejores condiciones para poder desarrollar su vida profesional? ¿Por qué no existe aún un #yosoy132 de la arquitectura? ¿Cómo es que las escuelas cometen la irresponsabilidad de creerse ajenas a esta discusión?

Es importante estar conscientes de que los concursos no serán ni mucho menos la solución a todos nuestros males ni mejorarán automáticamente el nivel de nuestra arquitectura como en ocasiones se piensa; hay incluso grandes probabilidades de que en los primeros años de implementación del sistema los resultados no sean los esperados y que muchos de los proyectos ganadores tengan poca o nula calidad. Pero lo importante es la estrategia de largo plazo, donde se matarían dos pájaros de un tiro: por un lado, las cosas se harían como se presume deben hacerse en una sociedad democrática y por el otro la competencia nos ayudaría a mejorar el nivel de los proyectos y a elevar la discusión pública sobre éstos. 

 

TIPOS DE CONCURSOS

Existen muchas formulas válidas para organizar concursos; algunas de ellas utilizadas incluso en el sector privado:  hay concursos abiertos pero también los hay por invitación, restringidos a equipos que puedan demostrar cierta experiencia o cualificaciones técnicas. En ocasiones, cuando se trata de edificios de gran complejidad o envergadura, se requiere que los equipos participantes cuenten con una práctica previa en edificaciones de similares características. Hay concursos restringidos regulados bajo políticas de discriminación positiva donde se privilegia la participación de jóvenes, mujeres o incluso minorías. Existen los concursos de ideas donde el objetivo último  no es construir un edificio sino meditar sobre un tema de trascendencia; algunas veces convocados por ayuntamientos o entidades públicas simplemente como un ejercicio de reflexión en la búsqueda de múltiples respuestas a un solo problema o  para fomentar la discusión pública sobre este.

Hay otros concursos que son por fases y que incluso pueden tener una primera etapa en la que la convocatoria es abierta y de donde posteriormente se selecciona un grupo de participantes. A veces, a partir de este conjunto se piden propuestas para  seleccionar un grupo más reducido para una segunda  o tercera etapa. Por supuesto, todo concurso por invitación debería ser remunerado y no hay que pensar que éstos se pueden realizar sin costo alguno.

Otro  tipo de concurso es el llamado «de servicios y obra». En éstos se licitan de forma integral los servicios tanto para diseñar como construir un edificio o infraestructura. Estos concursos muy comunes en Inglaterra u otros países europeos propician la colaboración entre empresas y  generan que las grandes constructoras contraten los servicios de despachos de diseño arquitectónico especializado ya que la puntuación por la calidad del proyecto se asigna de forma independiente a la propuesta económica. En ocasiones el presupuesto presentado por las constructoras es más alto que los de sus competidores y por lo tanto obtiene una menor puntuación, pero a cambio, la propuesta arquitectónica es de tanta calidad que obtiene los puntos suficientes para contrarrestar la diferencia con las otras propuestas presentadas  y así ganar la licitación.

El sistema de concursos dista de ser perfecto; en el caso de aquellos de carácter público, existen  argumentos muy válidos que cuestionan aspectos como pueden ser su alta ineficiencia o la gran cantidad de horas de trabajo desperdiciadas en vano por los  equipos que no son seleccionados.  También es criticable que los arquitectos tengan a priori que regalar su trabajo para ver si a alguien le interesa contratar sus servicios.

Hay quien argumenta que no todos los proyectos públicos se pueden realizar por concurso y que también debe existir la posibilidad de realizar asignaciones directas. Esta postura tiene algunos argumentos sólidos pero sería inimaginable en muchos contextos.  En el europeo -por poner un ejemplo- es imposible pensar en asignaciones directas porque simplemente no son socialmente aceptadas en ningún ámbito y bajo ningún concepto. La arquitectura o el urbanismo no pueden ser la excepción, por lo que cualquier contrato público que exceda una cantidad mínima que oscila alrededor de los quince o veinte mil euros debe concursarse. Ya sea un contrato para un servicio de catering o para el diseño de un edificio, las reglas democráticas son primero y todo debe ceñirse a ellas.

Implementar un buen sistema de concursos en México tendría repercusiones tan enormemente positivas que el conseguirlo haría mucho más por la arquitectura del país que el mejor edificio posible o el conjunto de la obra del arquitecto de mayor talento que podamos imaginar. Sería deseable, aunque signifique  entrar en el juego de vanidades de los políticos, que alguno lo entendiera y quisiera colgarse esta medalla porque a fin de cuentas todos nos beneficiaríamos de ello.

 

BUENAS PRÁCTICAS

Hay muchos ejemplos de donde podemos aprender estrategias exitosas implementadas en otras partes del mundo. Sería fácil editar un manual de buenas prácticasEn Suiza, cada concurso restringido tiene que incluir una oficina «joven» que no haya participado anteriormente en un encargo similar. En este mismo país, en diversas ocasiones, la labor del jurado no acaba con la selección del ganador o el fallo del concurso sino que sus miembros han de dar seguimiento al desarrollo del proyecto para que éste no se desvirtúe de su versión original  y  garantizar así,  entre todos los involucrados,  la calidad final del proyecto y aun la prevención de desviaciones presupuestarias. En un país tan influido por la democracia directa como lo es Suiza, involucrar al jurado en todo el proceso ayuda también  a las autoridades a validar sus decisiones.  En muchas ocasiones no es extraño que una vez fallado el concurso  se realice un referéndum para aprobar la idoneidad del proyecto seleccionado antes de  proceder con el resto del proceso para su  construcción. En Suiza, como en muchos países del norte de Europa, el trabajo previo en la preparación de un concurso, sus bases y pliego petitorio son tan exhaustivos que ello facilita por completo el resto del proceso edificatorio.

Otros ejemplos, en Italia, todo equipo que opta por participar en un concurso público ha de contar entre sus filas con  un arquitecto con menos de 4 años de experiencia. En Francia, donde prácticamente no hay concursos abiertos y casi todo se gestiona a través de concursos restringidos, los honorarios por participar en estos son tan altos que permitirían a una oficina pequeña mantenerse por un año. En Alemania, los concursos restringidos suelen incluir invitaciones a arquitectos de renombre, pero también se incluyen el mismo número para oficinas anónimas y finalmente alrededor de un 15% para oficinas jóvenes. Como en ocasiones es difícil juzgar los méritos de estas últimas ya que normalmente tienen  poca o nula obra construida, lo que se suele hacer es sortear el número de plazas disponibles entre el número de aplicaciones y  dejar, exactamente igual que en la lotería, que el azar sea el que decida. Por supuesto, una vez hecha la selección, todas las propuestas se han de presentar bajo una rigurosa anonimidad para garantizar la neutralidad del fallo. En Inglaterra, un certificado sobre el bienestar social que un despacho promueve entre sus empleados puede ser un requisito para ser seleccionado a competir y, en Estados Unidos, contar con minorías o con gente con capacidades diferentes entre los empleados de un despacho da puntos extras sobre aquellos equipos que no los tienen.    

España, que ahora paga los excesos cometidos en épocas de abundancia, debe ser reconocida por haber creado uno de los sistemas más integrales y efectivos a la hora de gestionar y asignar proyectos públicos. Los ejemplos de buenas prácticas son abundantes: desde la participación de los colegios de arquitectos en la gestión de los concursos, hasta la creación de las estructuras jurídicas que los permiten, o  la selección de parte del jurado por el conjunto de los concursantes. España es un buen ejemplo de cómo un sistema de concursos estructurado permitió elevar el nivel de su arquitectura a cotas inimaginables. Sus repercusiones permearon en las dinámicas de las universidades y las de los despachos de arquitectura lo que  finalmente dio como resultado que fuesen los mejores arquitectos los que construyeran la arquitectura pública del país.

Termino utilizando un símil; nadie se pregunta por qué México no es bueno en deportes alpinos, la respuesta es obvia: no tenemos nieve ni las infraestructuras necesarias para practicar dichos deportes. Los ridículos realizados en nuestras escasas participaciones en olimpiadas invernales lo comprueban. ¿Alguien piensa que en la arquitectura o cualquier otro ámbito esto es distinto? Si no tenemos las estructuras que nos permitan ejercitarnos y hacer las cosas de forma correcta, nunca seremos capaces de mejorar.

 

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Texto en Portavoz.