Ante dos salas de características espaciales opuestas, se proyecta un sistema expositivo que se amolde a los dos espacios, dando continuidad al discurso de la exposición. Se diseña una envolvente que unifique la percepción del espacio y que solucione en su propio discurso compositivo la exhibición de las piezas.
Así, se construye una envolvente frágil, translúcida, blanca, casi sacramental, para albergar a unas piezas duras y contundentes. El referente directo son los farolillos de feria, hechos de papel texturado en forma de nido de abeja, con su volumetría adquirida a base de aire e ingenio. De allí a encontrar el cartón reciclado en forma de nido de abeja que se utiliza para rigidizar el interior de las puertas de madera, sólo hay un cambio de escala y algunas horas de investigación; y una solución económica y reciclable.
Con los condicionantes tecnológicos y técnicos que supone la elección de este papel, se diseñan unos módulos cuyas dimensiones vienen definidas por sus soportes superior e inferior, que son las puertas estándares de dimensiones mínimas. Así, en cada módulo se agrupan 5 tiras de papel reciclado blanco de abeja, creando gruesas paredes donde se insertan las vitrinas. Éstas, intensamente blancas se leen como marcos suspendidos en el papel, encuadrando y acentuando la tectonicidad de las piezas.
Así se construye un espacio neutro pero rico en textura y transparencias. El proyecto juega con la doble lectura que ofrece el papel, apoyando con largas perspectivas la visión blanca y sólida cuando es visto en escorzo, y jugando con el moaré y la transparencia cuando es visto en perpendicular. Los guiños que la elección y tratamiento del material enriquecen de esta manera la exposición, generando lecturas cruzadas entre piezas a través del propio material, y a la vez creando una intimidad generada por la envolvente texturizada.